Hacia un cliente conectado
La madurez digital en CRM y experiencia de cliente de las empresas en España
Informe 2023

Hideki Hashimura, CMO redk
Alberto Bellé - Fernando Maldonado
Analistas principales, IDG Research
La madurez digital en CRM y experiencia de cliente de las empresas en España
Hideki Hashimura, CMO redk
Alberto Bellé - Fernando Maldonado
Analistas principales, IDG Research
Tras el movimiento acelerado del cliente al mundo digital, se ha producido un cambio irreversible: el cliente está conectado con el mundo, y por defecto con la empresa. Ya no ve a una marca como un proveedor al que realiza compras esporádicas, sino como una entidad con la que mantiene una relación. Esto conlleva unas expectativas de una comunicación fluida, adaptada a su conveniencia. Para la empresa esto supone estrechar el vínculo con el cliente.
El CRM, como concepto estratégico y como tecnología, ya no es un elemento puramente de optimización, sino también un vehículo de ejecución estratégica: además de gestionar transacciones, entrega experiencias.
Este estudio aborda directamente este punto, con una premisa clara: es posible transformar el CRM con éxito y con riesgo mínimo. Se trata de utilizar unas mejores prácticas junto a unas capacidades expertas. El documento describe estas mejores prácticas, desde cómo diseñar la iniciativa hasta su ejecución.
Tras el movimiento acelerado del cliente al mundo digital, se ha producido un cambio irreversible: el cliente está conectado con el mundo, y por defecto con la empresa. Ya no ve a una marca como un proveedor al que realiza compras esporádicas, sino como una entidad con la que mantiene una relación.
Esto conlleva unas expectativas de una comunicación fluida, adaptada a su conveniencia y relevante.
Para la empresa, esto supone estrechar el vínculo con el cliente. Ahora, todas las interacciones y transacciones están enmarcadas en un marco continuo, circular, y cualquier comunicación impacta en el conjunto de esa relación.
Además, tiene que ajustarse a las nuevas expectativas del cliente, donde ya no funcionan las comunicaciones genéricas ni ofertas que no estén ajustadas a sus necesidades. Por tanto, cambia la forma de interactuar de los departamentos de marketing, ventas y servicio al cliente.
Todos estos cambios terminan apuntando a las capacidades CRM de las organizaciones, que en la mayoría de los casos es un cuello de botella porque fue diseñado e implementado en otro tiempo para otro tipo de cliente. De hecho, las empresas que participan en el estudio destacan la necesidad de transformarlo.
Sin embargo, al mismo tiempo no se encuentra en sus planes a corto plazo. Las organizaciones están optando por un goteo continuo de recursos para adaptarlo, a pesar de que este esfuerzo es el principal reto para el 76% de estas. La causa radica en que transformar el CRM está percibido como un proyecto de alto riesgo, y prefieren dilatar la decisión de embarcarse en él, sobre todo en momentos de incertidumbre coyuntural.
El CRM, como concepto estratégico y como tecnología, está viviendo un punto de inflexión. Ya no es un elemento puramente de optimización, sino también un vehículo de ejecución estratégica. Es decir, además de gestionar transacciones, entrega experiencias.
Este estudio aborda directamente este punto, con una premisa clara: es posible transformar el CRM con éxito y con riesgo mínimo. Se puede salir del dilema entre transformarse con riesgo y estancarse con dolor. Se trata de utilizar unas mejores prácticas junto a unas capacidades expertas. El documento describe estas mejores prácticas, desde cómo diseñar la iniciativa hasta su ejecución.
El cliente no trata las comunicaciones con la empresa como acciones desconectadas unas con otras, sino que tiene memoria e incluso guarda registro de estas en sus dispositivos. En consecuencia, las empresas no pueden tratarlas de forma aislada, incluso cuando tienen lugar en diferentes áreas de la organización.
Para las organizaciones esto supone un cambio radical en su forma de entender su relación con los clientes. Antes, las empresas pensaban en términos de transacciones, donde cada interacción estaba enmarcada en un proceso lineal que tenía principio y fin, culminando en la venta. Ahora, la compra no es el punto final, porque el cliente puede recomendar, puntuar su satisfacción, y se amplifica su feedback. La compra es una etapa más en un ciclo continuo que no termina, es decir, el proceso se hace circular.
Entonces, ¿cómo cambian las expectativas del cliente hacia la empresa? El primer paso es entender cómo quiere ser tratado. Esto se muestra en los resultados del estudio que aparecen a continuación:
La empresa ya no es un mero proveedor de un producto, sino una entidad con la que se ha establecido una relación. El cliente espera que las marcas adecuen su interacción a esa relación, y conozcan sus hábitos y preferencias, como ocurre en una relación humana. En otras palabras, el cliente quiere que la empresa recuerde sus interacciones, y le trate como a alguien que conoce, independientemente de en qué canal y qué persona se comunique con él. Este aspecto se hace más prioritario a medida que aumenta el tamaño de empresa.
Está dispuesto a ceder parte de su información a cambio de obtener un trato individual. Este tiene que reflejarse en cómo la organización se comunica con él. De poco sirve tener una visión transversal si luego los mensajes que recibe son genéricos. El cliente está bombardeado con spam y mensajes irrelevantes, y la tolerancia hacia estos es cada vez menor. Por ello, esa visión tiene que traducirse en comunicaciones eficaces y ofertas personalizadas, que se ajusten a sus preferencias. Al igual que con la visión de 360º, la importancia de la personalización es mayor cuanto más grande es la empresa.
No quiere depender de terceros para alcanzar un resultado, quiere mantener el control sobre cuándo y cómo obtenerlo. Además, sabe que la tecnología lo hace posible, que las marcas pueden empoderarle con una mayor capacidad de autoservicio. Por último, este autoservicio se espera en cualquier momento y en cualquier lugar, sin limitaciones horarias. Esta expectativa es particularmente relevante en las empresas más grandes.
Las empresas son conscientes de este cambio en las expectativas del cliente.
Llegados a este punto, surge una pregunta: ¿cómo dar respuesta?
Si no se conocen y conectan las interacciones del cliente, se pierde margen de maniobra sobre experiencias negativas que contaminen la relación y afecten a la decisión de compra o renovación de un servicio. El cliente percibe a la marca como un todo y no como una serie de interacciones desconectadas.
Para la empresa, esto supone que todos aquellos que están de cara al cliente adquieren responsabilidad no solo sobre la interacción en un momento puntual, sino sobre la relación al completo. Esto afecta principalmente a las tres áreas con contacto más directo con el cliente: marketing, ventas y servicio al cliente.
Madurez digital en las ventas
Cambiar los procesos heredados y alinearse con la forma de decidir del cliente.
Los departamentos de ventas son cautivos de sus procesos internos: tienen que cumplir con un reporting complejo y seguir unos procesos heredados que están orientados hacia dentro, y no representan la realidad de cómo se realiza la venta en la práctica.
La consecuencia es que la empresa no tiene mecanismos objetivos para saber cuál es su eficacia comercial real. La idea no es evaluar si cumple o no con el objetivo comercial, sino saber si se está aprovechando el potencial que ofrece cada cliente. Por tanto, al no disponer de capacidades analíticas avanzadas, es difícil saber si la actividad comercial es efectiva, y por qué, dado que no es posible comparar datos de oportunidad, o métricas más allá de sus propios objetivos comerciales. Esto hace difícil mejorar los procesos de venta.
Madurez digital de la atención al cliente
Pasar de ser un centro de costes a ofrecer una experiencia superior.
Tradicionalmente, la atención al cliente se ha considerado como un centro de costes, y la prioridad ha sido siempre maximizar la eficiencia. A partir de la digitalización masiva, y las limitaciones de movilidad, las necesidades de atención al cliente se han multiplicado. Muchas empresas no han resuelto este escalado de interacciones, con unos canales desconectados y desalineados. Las empresas se ven a sí mismas en dos niveles intermedios de madurez:
La razón es clara: es un proyecto que se considera de alto riesgo, y el coste de equivocarse en esta iniciativa es elevado. Por eso, frecuentemente optan por asumir un goteo de parches para estirar sus funcionalidades. De este modo, se aplaza la urgencia para transformarlo, pero el coste va aumentando, tanto el de los propios parches como el de oportunidad de un CRM obsoleto. De hecho, aquellos que se han atrevido a mirar lo que les está suponiendo mantener esta herencia, se han encontrado con cifras desorbitadas.
Este documento tiene una clara premisa: es posible transformar el CRM, manteniendo al mismo tiempo un control sobre el proceso y minimizando los riesgos.
Para ello, hay un cambio crucial que tiene que producirse antes de transformar la propia tecnología. Se trata de cambiar lo que el CRM significa para la organización.
Si se entiende lo que significa un cliente conectado, el CRM se convierte en una herramienta estratégica, central para la organización. El CRM heredado estaba diseñado para un cliente con quien no había una relación continua, en el que las interacciones eran discretas, y las controlaba la marca.
La barrera del riesgo de afrontar un cambio de esta magnitud puede reducirse en gran medida. Existen mejores prácticas a disposición de las organizaciones que permiten pilotar un proyecto de este calibre en tiempo, presupuesto y resultados. Ya no se trata de saltar un muro, el proyecto se convierte en un conjunto de escalones donde a cada nivel se disfruta de las mejoras.
Las empresas pueden salir del círculo vicioso de una herencia que exige ajustes continuos. Es posible aplicar metodologías y mejores prácticas, y salir del estancamiento de proyectos a corto plazo que no consiguen un impacto duradero en el negocio.
Los proyectos de largo alcance funcionan como el fuego. Es difícil encender la chispa, pero lo es más mantener la llama. Estos proyectos empiezan con gran entusiasmo, pero a medida que pasa el tiempo, es fácil que el impulso inicial se vaya apagando, y no es extraño que se queden parados a mitad de camino.
Es aquí donde entra en juego un modelo de gobierno que abarque el ciclo de vida al completo con un alcance transversal. Debido a su carácter estratégico, se necesita un equipo que sea capaz de darle continuidad en el tiempo. Para ello, es importante que entienda la relevancia para la organización, así como el impacto que va a ejercer la iniciativa, desde el cliente hasta los diferentes departamentos.
Por otro lado, si el ámbito fuera únicamente tecnológico, bastaría con una oficina de gestión de proyectos. Sin embargo, hay dos dimensiones adicionales: una de ellas es la de las personas. Un nuevo CRM va a cambiar la forma de trabajar, reorientando los diferentes departamentos de un enfoque operacional a generar valor al cliente. Esto hace necesario involucrar a los directivos de las áreas afectadas en el comité del gobierno desde el principio. La segunda dimensión son los procesos, que tendrán que optimizarse e incluso redefinirse. De nada sirve una nueva herramienta si lo que hace es potenciar procesos ineficientes.
En síntesis, una visión estratégica del CRM se apoya en tres componentes que interactúan para generar el valor deseado: las personas, los procesos y la tecnología.
Una iniciativa de esta envergadura no puede ni debe entenderse como un proyecto único. Más bien, es un programa de proyectos que, si se realizan en la secuencia adecuada, pueden generar el valor que busca la empresa de forma sostenida.
A lo largo de la transformación surgirán múltiples retos que necesitan de un foro para resolverse. Este es otro de los valores principales del modelo de gobierno dado que, al contar con mandos directivos, pueden desbloquear obstáculos y agilizar decisiones. Además, al existir una estructura sólida de gobernanza, pueden monitorizarse los proyectos y anticipar los riesgos, planteando acciones preventivas cuando se necesiten.
Adquirir una visión estratégica requiere un esfuerzo para ir más allá de los objetivos tecnológicos y centrarse en los de negocio. En otras palabras, primero es necesario definir qué resultados quiere alcanzar la organización y qué posibilidades quiere hacer realidad. Por ejemplo, hace falta preguntarse cómo va a crecer la empresa, si va a ser mediante una expansión en más clientes o dentro de su cartera actual. Lo mismo aplica a la rentabilidad, si se va a generar aumentando los márgenes mediante innovación de producto o siendo más eficiente. En síntesis, se trata de elegir en primer lugar hacia dónde se va a dirigir el negocio.
La clave está en saber vincular los objetivos de negocio con las implicaciones en tecnología, personas y procesos. Aquí son de gran valor metodologías como design thinking. En el mundo del CRM, no se trata de multiplicar las funcionalidades sino de centrarse en las adecuadas y asegurar que se usen. Esta metodología es la que hace posible conectar la tecnología con la realidad del usuario, porque parte de este último. A continuación, se muestran algunos ejemplos:
Alinear los proyectos con los objetivos de negocio es un ejercicio de traducción en el que tienen que estar involucrados los responsables del comité de gobierno. Cuando esta visión está clara, entonces entran en juego las decisiones sobre tecnología. La primera de todas es decidir si se reemplaza la herramienta o se evoluciona. Esto es similar a cuando se hereda un chalé viejo y hay que decidir si se reforma o se construye uno nuevo. Hay que encontrar la fórmula para maximizar el potencial de lo que se puede conseguir, teniendo en cuenta que todas las empresas están sujetas a inevitables restricciones como presupuesto, tiempo o regulación legal.
Por otro lado, hay que decidir qué tecnologías incorporar actualmente y en el futuro. Vivimos en un momento de inflexión en el que está cambiando la forma en que las herramientas de software aportan valor a las empresas.
La inteligencia artificial y el machine learning son componentes esenciales para la optimización de procesos. Incorporar estas tecnologías, así como la automatización inteligente, conlleva un diseño de la arquitectura del ecosistema digital. Bien se trate de evolucionar o rediseñar el CRM, una visión estratégica del CRM ha de integrar este componente de innovación.
Las organizaciones no pueden permitirse el lujo de esperar doce meses hasta conseguir un resultado, por ambicioso y revolucionario que sea. El mercado evoluciona con demasiada rapidez, y hace obsoleto cualquier objetivo que no vaya acompañado de una entrega. Por otro lado, es fácil olvidar que la entrega es de resultados de negocio, no tecnológico. En otras palabras, son entregas de nuevas capacidades a los usuarios para que mejoren la eficiencia o la efectivad de las diferentes áreas del negocio.
Es aquí donde entran las metodologías ágiles, que, aunque llevan tiempo sembrándose en la mente de los departamentos de tecnología, no han entrado apenas en las áreas de negocio. Por tanto, va a ser necesario formar a negocio. Para el éxito de estas iniciativas, se necesitan habilidades de agilidad que no se centren solamente en el desarrollo de nuevos productos, sino en la transformación continua. Estas son más escasas y difíciles de encontrar.
Hay una necesidad, no obstante, que aparece antes que las mismas entregas. Es la etapa intermedia que conecta los objetivos a largo plazo con las entregas. Una vez definidos los objetivos, se crea un vacío que pocas organizaciones tienen la capacidad de salvar. La clave está no en definir un macroproyecto, sino en crear un programa de proyectos, que cubran ese vacío. Construir un puente entre generar entregas de valor a corto plazo y los objetivos de negocio de medio plazo es lo que maximiza el valor de estas iniciativas de gran alcance.
Para trazar el puente se necesita saber a dónde se quiere llegar, pero también dónde está la empresa. Dónde está realmente la organización es una pregunta difícil, y responderla conlleva hacer frente a sesgos y percepciones, que además varían según cada departamento. De ahí la necesidad de realizar una auditoría neutral que haga aflorar el punto de partida de la organización.
A partir de aquí, se puede crear hoja de ruta en la que habrá que priorizar los proyectos más relevantes, es decir, elegir cuáles son las rutas más importantes qué obstáculos hay que atravesar. Son muchos los proyectos que emergen, y sin una capacidad para discriminar, es fácil desorientarse.
Además de incluir al usuario, se necesitan nuevos enfoques para los equipos que van a llevar a cabo los proyectos:
Estos ejemplos ilustran cómo la gestión del cambio de los empleados es una pieza clave para abordar una transformación del CRM. Cambiar la forma de trabajar de los empleados arrastra cambios en cómo se organizan los equipos, las tareas que realizan, e incluso en sus incentivos. Se trata por tanto de un cambio de carácter organizacional que solo va a ser posible si es impulsado desde la dirección general.
El salto a lo digital ha conectado al cliente y la empresa mediante una relación continua en la que se enmarcan todas las interacciones. Esta nueva realidad coloca a la experiencia de cliente en el centro de la competitividad. En consecuencia, las empresas necesitan un cambio en los enfoques y capacidades para satisfacer las necesidades de los clientes. A continuación, se sintetizan los principales:
La consistencia se convierte en aspecto de gran relevancia en la relación con el cliente. Cada interacción tiene un impacto acumulativo sobre un cliente que guarda memoria. Sin embargo, la empresa parte de una perspectiva fragmentada, donde cada departamento actúa por su cuenta. Es necesario que las marcas adopten el nuevo modelo de relación, uno más cohesionado y experiencial.
El CRM heredado tiene un enfoque altamente transaccional y supone un cuello de botella. Para interactuar con un cliente conectado se necesita redefinir el significado del CRM para la organización, hacia un rol más estratégico y más centrado en la experiencia de cliente.
La transformación no se consigue con un macroproyecto, sino un programa de proyectos que generen resultados periódicos. De hecho, esta va a ser la dinámica futura de un CRM que tiene que prepararse para estar en constante evolución, incorporando nuevas tecnologías sin que supongan una disrupción. Se trata de inteligencia artificial, automatización inteligente, mensajería conversacional o cualquier otra que aparezca en el futuro.
Un CRM transformado no termina con su entrega, sino con su uso. Es decir, cuando las personas aprovechan las nuevas capacidades y hacen realidad los objetivos de negocio.
La transformación del CRM no solo requiere habilidades tecnológicas, se trata de un cambio de gran alcance.
Para llevarlo a cabo con éxito se sintetizan las siguientes recomendaciones:
El punto de partida es tener claro qué objetivos empresariales se quieren alcanzar, desde un entendimiento del modelo de negocio. Una vez definidos, se trata de vincular estos objetivos de negocio con las capacidades para alcanzarlos y así llegar a los requisitos funcionales del CRM. Ese entendimiento es la base para definir los diferentes proyectos.
La transformación del CRM va a impactar en distintas áreas de la empresa, de hecho, ese es su objetivo. Para facilitar ese cambio hace falta involucrar a los responsables de las áreas de negocio y tecnología en un foro donde puedan alinear sus objetivos y pilotar la evolución del proyecto.
Para mantener el impulso del proyecto se necesitan entregas frecuentes, estas solo son posibles a través de metodologías ágiles. Los ciclos no se reducen a la entrega software, sino a su traducción en capacidades de negocio. Esto implicará preparar y formar a las personas, identificar las áreas de formación, rediseñar procesos e incluso establecer nuevas líneas de reporting. Por eso, la participación del departamento de cultura y personas (RR.HH.) desde el principio es clave para introducir las nuevas formas de trabajar.
El entorno de mercado cambia a gran velocidad y las empresas no pueden atarse a objetivos que pueden quedarse obsoletos. Por ello, las iniciativas necesitan introducir flexibilidad para adaptar sus objetivos a cualquier situación, desde una fusión o adquisición hasta la entrada de una tecnología disruptiva. Esta flexibilidad aplica al CRM, así como al diseño de los proyectos.
Los usuarios son los que mejor conocen el contexto real de uso y las posibilidades de una herramienta tecnológica en la práctica. Por ello, el feedback de agentes o comerciales es una información muy valiosa para incorporarse en los ciclos de entrega y de este modo introducir un bucle de aprendizaje continuo.
Para la realización de este informe, IDG Research ha llevado a cabo una encuesta entre empresas españolas con un tamaño comprendido entre 200 y 5.000 empleados, que representan los diferentes sectores de la economía española.
El trabajo de campo se realizó durante los meses de julio y agoste de 2022, siendo la muestra de 106 empresas.